Cuán importante son los nombres
propios referidos a personas, que dicho así poco parece, pero, cuando se buscan
sus orígenes en muchos casos, se observa que al elegir para un recién nacido un
nombre, se ajustaban —hace mucho tiempo— a cualidades físicas o morales, o,
sencillamente, se mantenía una tradición de nombrar con el mismo nombre a los
hijos de los hijos y así sucesivamente.
Entre los masais de África los nombres tienen
valores sagrados; tanto es así que, al morir una persona, nunca se vuelve a
repetir su nombre, y si alguna palabra común suena parecido al nombre de algún
fallecido, tendrá que ser reemplazada. En otras culturas, como los pueblos kacha nagas del Assam, India, los padres
abandonan sus nombres cuando nace un niño, y se llaman entonces «el padre de
fulanito».
Sin embargo, la mayoría de la cultura
occidental —fiel heredera de la cultura grecolatina— ha perdido en su haber la
disposición de nombrar «a cada cual según su medida»; aunque todavía se
escuchan nombres como Agapito, Clemente, Evaristo, Mamerto, Pancracio,
Prudencia, Teodoro, entre otros.
La verdad es que este
fenómeno onomástico muy poco estudiado, convierte, fatalmente, a algunas
personas en blanco fácil para la risa, pues estas tienen nombres que poseen un
significado poco «agraciado» en otras culturas. Por ejemplo, en hebreo Abel es
aliento; Caleb, perro; Damaris, yegua; Débora, abeja; José, a quien Dios ayuda;
en griego Jorge significa agricultor; Margarita, perla; en latín Claudio
proviene de claudus, cojo; Laura, corona de laureles; en germano Enrique
es jefe de la casa y Luis, guerrero famoso.
¿Qué les parece? El estudio de los nombres propios es una ciencia muy amplia. No hay exclusión; el nombre propio constituye una condición, un privilegio, nuestra tarjeta de presentación que, alejado de su realidad, forma parte indisoluble y convencional nuestra, y como expresa S. Ullman en Semántica: Introducción a la ciencia del significado: «Nadie está sin nombre una vez que ha venido al mundo, leemos en la Odisea, a cada uno le imponen un nombre sus padres en el momento de nacer».
¿Qué les parece? El estudio de los nombres propios es una ciencia muy amplia. No hay exclusión; el nombre propio constituye una condición, un privilegio, nuestra tarjeta de presentación que, alejado de su realidad, forma parte indisoluble y convencional nuestra, y como expresa S. Ullman en Semántica: Introducción a la ciencia del significado: «Nadie está sin nombre una vez que ha venido al mundo, leemos en la Odisea, a cada uno le imponen un nombre sus padres en el momento de nacer».
es cierto que se han perdido los nombres tradicionales, aunque en la actualidad se están retomando. sin embargo hay nombres y nombres. se imaginan que te llamen Mamerto, creo que con el que tenemos en la universidad es suficiente. Otros nombres geniales son: Diego, David, Marcos, Carlos, Julio, Rafael...
ResponderBorrarHemos perdido costumbre de nombrar a nuestros hijos con nombres tradicionales por la fuerte influencia extranjera que nos llega, creo esa es una de las principales causa. Por otro lado, cuando preparaba este post escuché en una misma semana el nombre Mamerto en lugares diferentes. ¿Qué me cuentas?
Borrarte comento que en cuba el tema de los nombres es complicado...existe una resolución que dice que los nombres en cuba no pueden atentar contra la idiosincrasia...pero??? lesdiana, usanavy (armada norteamericana), pueden ser "adecuados"???? entonces el tema de los nombres en cuba pasa por el (des)conocimiento o nivel cultural que tienen las personas que anotan... es complejo el tema... interesante acercamiento y gracias por enlazarme...
ResponderBorrarSí, muy poco estudiado y atendido el tema de los nombres. Gracias por tu comentario y por enlazarme...Saludos.
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