jueves, 21 de noviembre de 2013

Si de nombres se trata



Cuán importante son los nombres propios referidos a personas, que dicho así poco parece, pero, cuando se buscan sus orígenes en muchos casos, se observa que al elegir para un recién nacido un nombre, se ajustaban —hace mucho tiempo—  a cualidades físicas o morales, o, sencillamente, se mantenía una tradición de nombrar con el mismo nombre a los hijos de los hijos y así sucesivamente. 
Entre los masais de África los nombres tienen valores sagrados; tanto es así que, al morir una persona, nunca se vuelve a repetir su nombre, y si alguna palabra común suena parecido al nombre de algún fallecido, tendrá que ser reemplazada. En otras culturas, como los pueblos kacha nagas del Assam, India, los padres abandonan sus nombres cuando nace un niño, y se llaman entonces «el padre de fulanito».
 Sin embargo, la mayoría de la cultura occidental —fiel heredera de la cultura grecolatina— ha perdido en su haber la disposición de nombrar «a cada cual según su medida»; aunque todavía se escuchan nombres como Agapito, Clemente, Evaristo, Mamerto, Pancracio, Prudencia, Teodoro, entre otros.
La verdad es que este fenómeno onomástico muy poco estudiado, convierte, fatalmente, a algunas personas en blanco fácil para la risa, pues estas tienen nombres que poseen un significado poco «agraciado» en otras culturas. Por ejemplo, en hebreo Abel es aliento; Caleb, perro; Damaris, yegua; Débora, abeja; José, a quien Dios ayuda; en griego Jorge significa agricultor; Margarita, perla; en latín Claudio proviene de claudus,  cojo; Laura, corona de laureles; en germano Enrique es jefe de la casa y Luis, guerrero famoso.  
¿Qué les parece? El estudio de los nombres propios es una ciencia muy amplia. No hay exclusión; el nombre propio constituye una condición, un privilegio, nuestra tarjeta de presentación que, alejado de su realidad, forma parte indisoluble y convencional nuestra, y como expresa S. Ullman en Semántica: Introducción a la ciencia del significado: «Nadie está sin nombre una vez que ha venido al mundo, leemos en la Odisea, a cada uno le imponen un nombre sus padres en el momento de nacer».